con otro pequeño infierno
y una monstruosa resaca culpable.
Mis pequeños infiernos
son circularmente redundantes,
están provistos de Dantes diminutos
que nada tienen que ver con nadie.
También hay Virgilios, muchos,
pero yo soy el mejor
para guiar en los avernos triangulares,
repletos de agujeros de gusano
como tú.
Me miro en dos espejos enfrentados,
mientras me repito
que hay ratas de biblioteca
deseosas de vivir otras vidas,
consultoras de enciclopedias de la moral,
jueces verdugos, delincuentes inocentes
y ristras de chorizo que nunca han roto un plato.
Redoblando imágenes hacia infinitos
para no poder alcanzar nunca
el universo paralelo más cercano.
Otro pequeño infierno
concéntrico
uniformemente decelerado
y en el centro todos:
Un esclavo, el trabajador explotado, los amantes, Amparito Roca, la filla del mestre, el que va a heredar la empresa, la puta, la hija de puta, el notas del primero, el vecino toca-pelotas, el del bar que hace chaflán, algún cabrón en todas sus facetas y ese pequeño machista que anda por allí.
Excéntricamente,
desperdigados entre otros pequeños infiernos circundantes,
se encuentran muchas más cosas
que algún día, al ser filtradas
por vuestros orificios espacio-temporales
tendrán cabida
en otros nuevos pequeños infiernos.
Y así, repantingados en la espiral del dolor,
expandiéndose como el universo
enumeraré los pequeños infiernos
(que desaparecerán cual estrellas en el firmamento)
sin importar el orden,
tan solo para tratar de fijar en la memoria de mantequilla
pequeñas sonrisas
alguna lágrima quesescapaporquemehaentradoalgoenelojo
y grandes carcajadas.