Vivimos durante tanto tiempo en la oscuridad que en ocasiones nos da miedo el sol, se duelen los ojos incrédulos ante la pequeña grieta por donde penetra la luz tenue de una mañana de otoño. Después de tanto tiempo de respiración asistida, alimentándonos del suero que trae una mano oscura, despertamos de una pesadilla de ecos que resuenan entre las paredes trepanadas del cráneo. No responden nuestros órganos, ni las extremidades, porque se suplantó su función para devenir vegetales, seres incapaces de pensar, controlando cada exhalación, cada débil latido del corazón ahogado en la represión.
Ahora me dedico a excavar la roca a mano viva, con las uñas arrancadas y el hueso desnudo como piel. En cada brazada mato un tanto de mi vida, de cada movimiento anterior, para descubrir que hay tras las tinieblas, como el resurgir de los muertos vivientes. Muchos ya lo hicieron antes, de la manera que pudieron, en cunetas y fosas comunes; aunque algunos muertos célebres agonizaron en su acolchada cama y siguen recibiéndonos en su indigno mausoleo. Otros, que quizás nunca lleguen a ser muertos célebres, continuarán la estela tiránica hasta el fin de sus días, dirigiendo una orquesta de traidores que se descuentan con el botín de la usura.
Cegado por la falta de costumbre, dubitativo y errático en mi paso de neo nato, me asombra el descubrimiento de lo viejo, caminar por la senda de una provocación profunda, sin entrar en la superficialidad del destape, intentando descubrir los propios límites para transgredir los tuyos. Sólo pretendo crecer, recordando tu dolor, para no caer en el nicho que preparaste con mi nombre.
(Por cierto, ya podeis descargar gratis mi libro en formato pdf en: www.lulu.com/content/4600865)
EL ALIENTO DEL ÚLTIMO HOMBRE
Escribo versos en las dunas
y las palabras serpentean en el aire
perdiendo mi nombre en la ventisca.
Remotas coplas azotadas de poniente
en distintos arenales
asaltaron las murallas del mismo alcázar.
El vendaval arrastra cada letra
lanzando cuchillos de arena
que erosionan las monótonas tapias.
Tras las paredes deterioradas
por cada punzada de arena,
se esconden viejos tiranos
a la espera de que cese el soplo
de las voces renegadas.
Pero ese aire morirá en el aliento del último hombre.
Ahora me dedico a excavar la roca a mano viva, con las uñas arrancadas y el hueso desnudo como piel. En cada brazada mato un tanto de mi vida, de cada movimiento anterior, para descubrir que hay tras las tinieblas, como el resurgir de los muertos vivientes. Muchos ya lo hicieron antes, de la manera que pudieron, en cunetas y fosas comunes; aunque algunos muertos célebres agonizaron en su acolchada cama y siguen recibiéndonos en su indigno mausoleo. Otros, que quizás nunca lleguen a ser muertos célebres, continuarán la estela tiránica hasta el fin de sus días, dirigiendo una orquesta de traidores que se descuentan con el botín de la usura.
Cegado por la falta de costumbre, dubitativo y errático en mi paso de neo nato, me asombra el descubrimiento de lo viejo, caminar por la senda de una provocación profunda, sin entrar en la superficialidad del destape, intentando descubrir los propios límites para transgredir los tuyos. Sólo pretendo crecer, recordando tu dolor, para no caer en el nicho que preparaste con mi nombre.
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EL ALIENTO DEL ÚLTIMO HOMBRE
Escribo versos en las dunas
y las palabras serpentean en el aire
perdiendo mi nombre en la ventisca.
Remotas coplas azotadas de poniente
en distintos arenales
asaltaron las murallas del mismo alcázar.
El vendaval arrastra cada letra
lanzando cuchillos de arena
que erosionan las monótonas tapias.
Tras las paredes deterioradas
por cada punzada de arena,
se esconden viejos tiranos
a la espera de que cese el soplo
de las voces renegadas.
Pero ese aire morirá en el aliento del último hombre.
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