Hace tiempo que el artista dejó de estar constreñido por el "buen gusto" burgués, por la necesidad de agradar al público; el ejemplo más claro se encuentra en la conquista de la abstracción en la pintura, donde los artistas plásticos fueron capaces de desarrollar un lenguaje propio, lejos de la necesidad de representar las arquetipadas formas figurativas de la naturaleza. Por otro lado, desde las vanguardias artísticas, se vienen proponiendo una serie de temas (sociales, políticos, propagandísticos) que contemplan al público como un sujeto activo, transfiriendole la importancia que se merece.
Así, con ésta liberación, algunos nos dedicamos a pasear en la zona más oscura de lo humano, donde duele mirar, para demostrar lo absurdo en la heroicidad de lo cotidiano.
Por otro lado, en una sociedad anestesiada ante la brutal violencia que genera propio ser humano, una sociedad insensible por el constante bombardeo de imágenes, considero que de alguna manera hay que intentar activar la capacidad de dudar del que mira, participa, lee o disfruta de cualquier manifestación artística. El arte no sólo tiene una función estética, también tiene que provocar y poner en cuestión el entorno, para que el público deje de ser el espectador pasivo de su propia existencia.
Autores clásicos como Artaud o Baudelaire, u otros autores contemporáneos como Panero o Sor Kampana, todos ellos se pierden en el limbo de la miseria humana, pringándose del mismo barro que nos cubre a todos. Además, el escritor y crítico Félix de Azúa hace tiempo que descubrió el error de aproximarnos a la obra de cualquier artista a través de su biografia, pues esto es como sentarse a ver "El diario de Patricia". En ningún momento pretendo compararme a ellos, pues son audaces y geniales, pero sigo el camino que ellos empezaron, mirámdome en su espejo roto, aunque sepa que es difícil adentrarse en esos páramos putrefactos para adoptar los papeles de un reparto que todos conocemos muy bien, pero nadie quiere interpretar. Roñoso, pendenciero, maleante, camorrista, barriobajero, miserable, cobarde, politoxicómano... Todos somos capaces de lo mejor y de lo peor a la vez, pero las películas de Hollywood se empeñan en representar al héroe, y alguien tiene que ser la voz de los bastardos sin derechos patrimoniales.
El artista, tomándolo en el buen sentido de la palabra (si lo tiene), debe de asumir esa capacidad de mirar de manera diferente y ser consecuente con sus capacidades, haciendo algo más que mirarse el ombligo o de llorar en pequeñas terapias de gupo.
Así, con ésta liberación, algunos nos dedicamos a pasear en la zona más oscura de lo humano, donde duele mirar, para demostrar lo absurdo en la heroicidad de lo cotidiano.
Por otro lado, en una sociedad anestesiada ante la brutal violencia que genera propio ser humano, una sociedad insensible por el constante bombardeo de imágenes, considero que de alguna manera hay que intentar activar la capacidad de dudar del que mira, participa, lee o disfruta de cualquier manifestación artística. El arte no sólo tiene una función estética, también tiene que provocar y poner en cuestión el entorno, para que el público deje de ser el espectador pasivo de su propia existencia.
Autores clásicos como Artaud o Baudelaire, u otros autores contemporáneos como Panero o Sor Kampana, todos ellos se pierden en el limbo de la miseria humana, pringándose del mismo barro que nos cubre a todos. Además, el escritor y crítico Félix de Azúa hace tiempo que descubrió el error de aproximarnos a la obra de cualquier artista a través de su biografia, pues esto es como sentarse a ver "El diario de Patricia". En ningún momento pretendo compararme a ellos, pues son audaces y geniales, pero sigo el camino que ellos empezaron, mirámdome en su espejo roto, aunque sepa que es difícil adentrarse en esos páramos putrefactos para adoptar los papeles de un reparto que todos conocemos muy bien, pero nadie quiere interpretar. Roñoso, pendenciero, maleante, camorrista, barriobajero, miserable, cobarde, politoxicómano... Todos somos capaces de lo mejor y de lo peor a la vez, pero las películas de Hollywood se empeñan en representar al héroe, y alguien tiene que ser la voz de los bastardos sin derechos patrimoniales.
El artista, tomándolo en el buen sentido de la palabra (si lo tiene), debe de asumir esa capacidad de mirar de manera diferente y ser consecuente con sus capacidades, haciendo algo más que mirarse el ombligo o de llorar en pequeñas terapias de gupo.
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